sábado, 26 de julio de 2025

Cuando la ideología política invade tu individualidad

 

Sin duda, los tiempos actuales son inéditos en la historia de la humanidad por varias razones, muchas de ellas mencionadas en publicaciones anteriores: nunca habíamos estado expuestos a tanta información, ideas, conocimiento y herramientas que han acelerado grandes cambios en tan poco tiempo.


Sin embargo, sobre esto último quiero hacer dos reflexiones: primero, no todo cambio es necesariamente bueno; segundo, ¿estamos preparados para afrontarlos?


Un ejemplo claro es la politización y polarización de la sociedad actual, en la que casi todo parece teñirse de ideología. Lo que comemos, la música que escuchamos, las películas que vemos y los libros que elegimos… incluso la forma en que criamos a nuestros hijos se ha convertido en una declaración política. Las redes sociales y los medios de comunicación amplifican este fenómeno: cada elección personal puede ser interpretada como una bandera ideológica, un “sí” o un “no”, acompañado de condenas, señalamientos e, incluso, linchamientos digitales.


Hoy hemos dejado de ver a las personas como un mosaico de individualidad para reducirlas a una ideología, una preferencia sexual, una clase social, un género, una nacionalidad, un color de piel o una religión. Sin darnos cuenta, hemos renunciado a la visión de lo que nos hermana como seres humanos y lo hemos sustituido por el énfasis en las diferencias. Como dijo Indira Gandhi: “Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos.” Pero… ¿a qué se debe esto? ¿Será que la ideología política partidista está invadiendo los terrenos más íntimos de nuestra personalidad?


La política no vive solo en los partidos ni en las campañas electorales. Está en el lenguaje que usamos, en los valores que damos por sentados y en la forma en que juzgamos lo “correcto” y lo “incorrecto”. Hoy una idea no se debate: se etiqueta. Lo que consideramos “bueno” o “malo” depende más del grupo que lo defiende que de su esencia. Esto también se filtra en cómo interpretamos la disciplina, la libertad o la educación emocional.


Uno de los riesgos más evidentes de la politización excesiva es la censura, especialmente en el ámbito cultural y educativo. Libros clásicos como Charlie y la fábrica de chocolate o Pippi Calzaslargas han sido reeditados para eliminar términos considerados ofensivos. Y es válido preguntarse: ¿realmente estamos protegiendo a los niños o les estamos quitando la posibilidad de entender el contexto histórico, de aprender a pensar por sí mismos y cuestionar lo que leen? En algunos lugares, temas esenciales —como el género, la historia o la espiritualidad— se eliminan de las aulas por presiones políticas, mientras que en otros se obliga a enseñar visiones muy concretas. El problema no es solo lo que se enseña, sino lo que se silencia.


El desarrollo personal se nutre de la diversidad de ideas. Si empezamos a filtrar todo para que encaje en una única visión, estamos privando a las nuevas generaciones de la herramienta más poderosa: la capacidad de formar su propio criterio.


Este fenómeno no solo afecta a la niñez y la juventud. En el mundo del desarrollo personal ocurre algo similar. Hay corrientes de autoayuda que se vuelven casi sectarias, más centradas en una narrativa ideológica que en el bienestar real. Algunos “gurús” no enseñan a pensar, sino a repetir mantras como verdades absolutas, creando un nuevo tipo de dependencia. ¿Acaso no es el verdadero objetivo del desarrollo personal liberarnos de condicionamientos? No se trata de reemplazar unas cadenas por otras, aunque éstas vengan disfrazadas de “verdad” o “iluminación”.


Cuando la política invade el desarrollo personal, lo que está en juego no es una ideología u otra, sino la libertad interior. No se trata de huir de la política, porque vivir en comunidad siempre nos vincula a ella, pero sí de evitar que nos robe nuestra capacidad de pensar y sentir por cuenta propia.


El mejor legado que podemos dejar a las próximas generaciones no es una doctrina, sino una actitud: la valentía de pensar con libertad, de escuchar al otro con respeto y de construir un mundo donde ser crítico y compasivo sea más valioso que estar de acuerdo con todos.



Con afecto 

 

Servir para Trascender

Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre

2 comentarios:

  1. Con el tiempo, o no se si decir con la edad, nos encontramos con distintas políticas ideológicas, en mi generación me han tocado grandes cambios, el internet, la era digital, la pandemia, el home office, maestro en línea y un sinfín de etcéteras, que han transformado abruptamente las formas de pensar y opinar, escucho a mis padres y a mis hijos a la vez y pareciera un debate sin fin o de opuestos sin hilo conductor o guion televisivo, me veo en medio con ente sin saber a dónde ir….sera que estoy creciendo, madurando o tomando partido en esta nuevas forma de gobierno… no lo sé..pero creo que tiene algo que ver con lo que claramente mencionas en tu escrito. Saludos!!!

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  2. Ese sentimiento de no saber que es lo correcto y verdadero se acrecienta cada vez mas, ante está lluvia de ideas y perspectivas sin fin.
    Agradezco mucho tu comentario. Te envio un fuerte abrazo.

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