—Maestro, ¿cómo podemos entender a Dios?
El Maestro sonrió y, en vez de dar una definición, contó la siguiente historia:
Con afecto
Servir para Trascender
Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Bienvenido. Este espacio ha sido creado para ayudar al crecimiento individual de cada una de las personas que lo visiten, por medio de artículos, información y vínculos a otras paginas en caminadas al tema del desarrollo humano.
—Maestro, ¿cómo podemos entender a Dios?
El Maestro sonrió y, en vez de dar una definición, contó la siguiente historia:
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Deepak Chopra lo resume con maestría, por lo que la reflexión de estas breves líneas descansa sobre dos cuestionamientos: ¿Qué es lo que deseas? y ¿Quién está plantando la semilla de esos deseos?
Para responder estas preguntas tenemos que partir de una reflexión personal sincera y cuestionarnos cuáles son nuestros deseos más profundos. Aquellos… ¿qué deseas? Sería provechoso que tomaras lápiz y papel, o los anotaras en algún dispositivo. Una vez hecho esto, pregúntate: ¿por qué deseas lo que deseas?
Hoy en día, nuestros deseos no están constituidos únicamente por nuestras experiencias o aspiraciones internas, sino por el devenir de un flujo constante de estímulos diseñados por otros. La vida en sociedad y los círculos sociales más cercanos a los individuos históricamente han cumplido con esta función: influir en los deseos personales alineados a los esquemas culturales y de valores del grupo social. Sin embargo, la realidad actual, inundada por las redes sociales, medios de comunicación y algoritmos que gobiernan lo que se difunde y lo que no, trabaja en silencio. No solo para mostrarnos el mundo… sino para moldear lo que queremos de él.
Antiguamente, los deseos solían gestarse en la experiencia directa: la convivencia, la observación de la naturaleza, el contacto con la comunidad. Hoy, gran parte de nuestras aspiraciones nacen en una pantalla. Un anuncio perfectamente segmentado, un “influencer” exhibiendo su estilo de vida, una tendencia viral… todo esto va programando nuestra mente para anhelar cosas que quizás nunca hubiéramos considerado.
Y lo más inquietante es que no lo notamos. Creemos que esos deseos son nuestros, pero en realidad fueron sembrados con precisión quirúrgica.
Si seguimos la secuencia védica —deseo → pensamiento → palabra/acción— veremos que, al controlar el primer eslabón, se controla todo el resto. Los algoritmos no necesitan dictarnos qué hacer; basta con sembrar el deseo correcto para que nuestro propio pensamiento y comportamiento lo hagan realidad. Un ejemplo simple: si una red social detecta que empiezas a interesarte por cierto estilo de vida, te bombardea con imágenes y contenidos similares. Poco a poco, tu mente lo asume como algo valioso, normal y deseable.
Es un ciclo silencioso, pero tremendamente efectivo.
Muchos defienden que las redes “solo muestran lo que nos gusta”. Sin embargo, esta afirmación es incompleta. Las plataformas no solo reflejan intereses: los amplifican, los dirigen y, en ocasiones, los crean desde cero. Creemos que elegimos, pero muchas veces solo respondemos a una arquitectura invisible de persuasión. El control del deseo es el control de la narrativa interna de cada persona.
Los Vedas entendieron hace milenios que el deseo es la raíz de nuestra existencia consciente. Hoy, esa raíz sigue siendo la misma, pero el suelo en el que crece está lleno de fertilizantes artificiales diseñados por corporaciones, anunciantes y arquitectos de la atención.
No se trata de demonizar la tecnología, sino de recuperar la autoría de lo que queremos. Preguntarnos: ¿esto que deseo viene de mí o me lo han sembrado?
Porque en el momento en que distinguimos entre deseo genuino y deseo inducido, recuperamos algo más grande que cualquier tendencia: Nuestra Libertad Interior.
P.D. Muchas gracias por compartir.🙏
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Sin duda, los tiempos actuales son inéditos en la historia de la humanidad por varias razones, muchas de ellas mencionadas en publicaciones anteriores: nunca habíamos estado expuestos a tanta información, ideas, conocimiento y herramientas que han acelerado grandes cambios en tan poco tiempo.
Sin embargo, sobre esto último quiero hacer dos reflexiones: primero, no todo cambio es necesariamente bueno; segundo, ¿estamos preparados para afrontarlos?
Un ejemplo claro es la politización y polarización de la sociedad actual, en la que casi todo parece teñirse de ideología. Lo que comemos, la música que escuchamos, las películas que vemos y los libros que elegimos… incluso la forma en que criamos a nuestros hijos se ha convertido en una declaración política. Las redes sociales y los medios de comunicación amplifican este fenómeno: cada elección personal puede ser interpretada como una bandera ideológica, un “sí” o un “no”, acompañado de condenas, señalamientos e, incluso, linchamientos digitales.
Hoy hemos dejado de ver a las personas como un mosaico de individualidad para reducirlas a una ideología, una preferencia sexual, una clase social, un género, una nacionalidad, un color de piel o una religión. Sin darnos cuenta, hemos renunciado a la visión de lo que nos hermana como seres humanos y lo hemos sustituido por el énfasis en las diferencias. Como dijo Indira Gandhi: “Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos.” Pero… ¿a qué se debe esto? ¿Será que la ideología política partidista está invadiendo los terrenos más íntimos de nuestra personalidad?
La política no vive solo en los partidos ni en las campañas electorales. Está en el lenguaje que usamos, en los valores que damos por sentados y en la forma en que juzgamos lo “correcto” y lo “incorrecto”. Hoy una idea no se debate: se etiqueta. Lo que consideramos “bueno” o “malo” depende más del grupo que lo defiende que de su esencia. Esto también se filtra en cómo interpretamos la disciplina, la libertad o la educación emocional.
Uno de los riesgos más evidentes de la politización excesiva es la censura, especialmente en el ámbito cultural y educativo. Libros clásicos como Charlie y la fábrica de chocolate o Pippi Calzaslargas han sido reeditados para eliminar términos considerados ofensivos. Y es válido preguntarse: ¿realmente estamos protegiendo a los niños o les estamos quitando la posibilidad de entender el contexto histórico, de aprender a pensar por sí mismos y cuestionar lo que leen? En algunos lugares, temas esenciales —como el género, la historia o la espiritualidad— se eliminan de las aulas por presiones políticas, mientras que en otros se obliga a enseñar visiones muy concretas. El problema no es solo lo que se enseña, sino lo que se silencia.
El desarrollo personal se nutre de la diversidad de ideas. Si empezamos a filtrar todo para que encaje en una única visión, estamos privando a las nuevas generaciones de la herramienta más poderosa: la capacidad de formar su propio criterio.
Este fenómeno no solo afecta a la niñez y la juventud. En el mundo del desarrollo personal ocurre algo similar. Hay corrientes de autoayuda que se vuelven casi sectarias, más centradas en una narrativa ideológica que en el bienestar real. Algunos “gurús” no enseñan a pensar, sino a repetir mantras como verdades absolutas, creando un nuevo tipo de dependencia. ¿Acaso no es el verdadero objetivo del desarrollo personal liberarnos de condicionamientos? No se trata de reemplazar unas cadenas por otras, aunque éstas vengan disfrazadas de “verdad” o “iluminación”.
Cuando la política invade el desarrollo personal, lo que está en juego no es una ideología u otra, sino la libertad interior. No se trata de huir de la política, porque vivir en comunidad siempre nos vincula a ella, pero sí de evitar que nos robe nuestra capacidad de pensar y sentir por cuenta propia.
El mejor legado que podemos dejar a las próximas generaciones no es una doctrina, sino una actitud: la valentía de pensar con libertad, de escuchar al otro con respeto y de construir un mundo donde ser crítico y compasivo sea más valioso que estar de acuerdo con todos.
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Pareciera que escribir sobre desarrollo humano en estos tiempos es casi un cliché. Hay tantas voces hablando de ello, tantas frases motivadoras circulando en redes sociales, que incluso las ideas más valiosas corren el riesgo de perderse como un grano de arena en el más inmenso de los desiertos. Tal vez este sea el gran desafío de nuestra era: no enfrentarnos a un oscurantismo provocado por la falta de conocimiento, sino a uno mucho más sutil y engañoso, originado por el exceso de información, una avalancha de datos cuya finalidad, en demasiados casos, no es servir al ser humano, sino alimentar un sistema de consumo sin fin.
Lo interesante de este fenómeno es que pone en evidencia una distinción crucial: no es lo mismo tener acceso a la información que interiorizarla y convertirla en conocimiento útil. Puedes leer cientos de libros, ver miles de videos y escuchar infinidad de discursos, pero si no te detienes a reflexionar, a cuestionar, a experimentar por ti mismo, ¿realmente has aprendido algo? El acceso a la información es apenas la puerta de entrada; el conocimiento real se construye a través de la experiencia, la práctica y la introspección.
En este mar de contenidos, algunos pocos logran crear un mensaje profundo, capaz de inspirar un cambio verdadero. Pero la gran mayoría de voces solo repiten conceptos, frases hechas y fórmulas vacías. Es como si estuviéramos atrapados en un bucle donde se reproduce la misma información una y otra vez, hasta perder su esencia original.Entonces, ¿cómo podemos distinguir el conocimiento genuino del ruido?
La respuesta no está en consumir más, sino en consumir con conciencia.
El verdadero desarrollo humano no ocurre cuando acumulamos datos en la mente, sino cuando una idea toca nuestro corazón y nos lleva a actuar de forma distinta. No se trata de cuánto sabemos, sino de qué hacemos con lo que sabemos.
Quizá el reto de esta época no es aprender más, sino saber que aprender. Tal vez el camino esté en volver a lo esencial: escuchar en silencio, pensar con calma, cuestionar lo que consumimos y, sobre todo, atrevernos a crear nuestra propia visión del mundo, en lugar de copiar la de los demás.
Y tú, ¿crees que en medio de tanta información aún somos capaces de escuchar nuestra propia voz?
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
—¿Qué es más importante: la pregunta o la respuesta? —preguntó el Maestro con voz profunda y seria.
Nadie respondió. Entonces el Maestro prosiguió:
La pregunta es el cimiento del conocimiento y la semilla de la genialidad. Bien lo recordó Albert Einstein en una entrevista que William Hermanns le hizo en Princeton entre 1943 y 1954, recopilada años después en el libro Einstein and the Poet: In Search of the Cosmic Man (Branden Publishing, 1983, p. 138):
Cuida esa curiosidad sagrada en tu pensamiento: cuestiónate, duda, no te cases con ninguna idea. Busca flexibilizar tu sistema de creencias; desconfía incluso de estas palabras, pero jamás dudes de ti ni del sagrado don divino de cuestionar y cuestionarte.
El verdadero Maestro no impone respuestas a preguntas no formuladas; en su lugar, cuestiona, reflexiona y simplemente muestra el camino. Nos corresponde a cada uno decidir tomarlo y recorrerlo.
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Con gusto te saludarte y agradecer la oportunidad de volvernos a encontrar. Hoy quiero compartir contigo una reflexión que me ronda el alma desde hace tiempo.
No es secreto para nadie que vivimos en la era de la inmediatez, la validación constante y las apariencias. En este mundo, la verdad incómoda ha sido poco a poco desplazada por la mentira fácil, esa que mucha veces se disfraza de consuelo, que evita el conflicto y nos ofrece una falsa sensación de seguridad. Pero, te has preguntado ¿qué precio estamos pagando por esta comodidad? ¿En qué momento dejamos de ser dueños de nuestro pensamiento? ¿Cuándo empezamos a repetir sin cuestionar y a conformarnos con la superficie?
La esencia humana, esa chispa única de conciencia, de moral y autorreflexión parece apagarse poco a poco. Hemos dejado cuestionar la percepción que tenemos de la realidad empezando por nuestros propios pensamientos y paradigmas,¿Por qué pienso lo que pienso? ¿Por qué veo este hecho desde este punto de vista? ¿Tengo razón o solo busco validar mis creencias?. Hemos normalizado a adoptar creencias prefabricadas, heredadas o impuestas como propias, debido a que construir una visión personal requiere tiempo, esfuerzo, recursos, incomodidad y valentía. Al hacerlo, nos hemos alejado de nuestra capacidad de vivir con autenticidad.
Y no, esto no es casualidad las redes sociales, los discursos dominantes, los algoritmos que nos muestran siempre lo mismo y un sistema educativo cada vez más politizado nos empujan hacia un pensamiento predecible, cómodo y polarizado. Aunque en apariencia abunda la diversidad de opiniones, muchas de estas ideas responden a los mismos intereses y provienen de las mismas fuentes. El pensamiento crítico verdadero, ese que desafía, transforma y a veces incomoda, parece cada vez más escaso.
Entonces, ¿qué hemos ganado? acaso ¿comodidad?, ¿paz? ¿prosperidad?, ¿aceptación social?; sin embargo nos hemos perdido en el camino. Hemos olvidado la Bendita oportunidad de ser nosotros mismos, bien lo decía el Ralph Waldo Emerson "Ser uno mismo en un mundo que no quiere que lo seas, es el mayor de los logros". Recuperar el pensamiento propio no es tarea sencilla, requiere de atención, silencio, introspección, y confrontación; pero sobre todo exige coraje para afrontar todo lo que implica el pensar diferente, para buscar cercanos a esa utopia humana llamada "coherencia".
Buscar recuperar nuestra autenticidad es un acto profundamente espiritual, ya que para hacerlo necesitamos reconectarnos con nuestra voz interior, con la intuición que sabe sin necesidad de demostrar nada, y la vez es necesario desconectarnos del ruido externo para volver a nuestro centro, es decir a nuestra esencial.
En estos tiempos, necesitamos recordar que no estamos aquí para complacer ni para encajar, sino para crecer, para aprender, para vivir y para lograr Ser; y aunque la verdad incomode, aunque duela y nos sacuda, también libera. Y sólo cuando nos atrevemos a mirar más allá de lo popular y lo fácil, podemos reencontrarnos con lo correcto, lo auténtico, lo profundamente humano.
Hoy quiero invitarte a hacer una pausa. A desconectarte del ruido y a escucharte en silencio. Pregúntate: ¿Qué ideas repito sin haberlas pensado? ¿Qué verdades he ocultado por miedo? ¿Cuántas veces he preferido la comodidad sobre la verdad? ¿Dónde está mi esencia y qué necesito hacer para recuperarla?
El mundo no necesita más copias, necesita almas despiertas. Porque cuando una persona despierta, inspira a muchas más. Y quizás, solo quizás, ahí comience el verdadero cambio.
Con afecto
Servir para Trascender
Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Educar, en el contexto contemporáneo, trasciende la mera transmisión de contenidos. Es una práctica ética, política y profundamente humana. Significa sostener el sentido, la escucha y el vínculo en una época que corre a toda velocidad, marcada por la inmediatez, la fragmentación y la tecnificación de casi todo lo que nos rodea. Enseñar no es solo explicar, es acompañar, sembrar presencia y cultivar esperanza.
Estamos inmersos en lo que algunos llaman "la tercera explosión del conocimiento". Donde hay datos por todos lados, plataformas, algoritmos y pantallas. Y sin embargo, también hay vacio existencial, aislamiento emocional, desconexión profunda. En medio de ese ruido, el(la) Maestro(a) aparece como un puente: entre el saber y el Ser, como quien recuerda que aprender es una experiencia que necesita tiempo, paciencia, Amor y Valentía.
Educar, en los tiempos actuales implica acompañar desde la humanidad, significa ver al estudiante como una historia en construcción; ver más allá del cuaderno, del informe, del examen. Es atender los gestos, los silencios, las preguntas que aún no se atreven a formularse. Sí, educar también puede ser una forma de espiritualidad no porque hable de religiones, sino porque toca el alma. Porque es una forma de cuidado profundo, de vínculo real. En un mundo que privilegia lo rápido, lo útil, lo productivo, enseñar con conciencia es un gesto casi revolucionario. Es resistir desde la ternura, desde la coherencia, desde la intención.
Cada clase es un acto de fe en el otro, un acto de confianza, una apuesta silenciosa por lo que todavía no es, pero podría llegar a ser. Enseñar es sanar; sanar heridas del sistema, del abandono, de las expectativas frustradas. Es atreverse a mirar con amor incluso cuando hay cansancio.
Educar es abrazar la incertidumbre, saber que no hay recetas, que no todo se puede planear, que muchas veces lo importante ocurre fuera del cronograma, en una pregunta inesperada, en la conversación al final de la clase, es abrir grietas en un sistema que muchas veces aplasta. Es habilitar la pregunta cuando todo quiere imponer respuestas. Es confiar en el proceso cuando se exige inmediatez. Es acompañar sin perderse. Enseñar sin dejar de aprender.
Gracias por acompañar procesos. Por poner cuerpo, voz y alma. Por hacer del aula un refugio, un laboratorio, una trinchera y una casa. Gracias por hacer visibles a quienes otros olvidan. Por apostar a lo posible incluso cuando todo parece imposible.
Feliz día, Maestros(as). Que su luz siga irradiando, incluso cuando parezca que nadie la ve. Que su fuego interior no se apague. Que el sentido de esta tarea tan noble los abrace y los sostenga.
"Enseñar, al final, es sembrar humanidad. Y esa, quizá, sea la más hermosa de todas las revoluciones"
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Hay historias que no están escritas en los libros, sino en el susurro de lo eterno. Cuenta el Maestro que, en un momento sagrado del tiempo, cuando el mundo aún buscaba comprender el verdadero significado del Amor, Dios quiso ofrecer una imagen viva de su esencia más pura. Así fue como nació la Madre.
Y así, en ese acto sagrado de creación, Dios regaló al mundo una de sus obras más sublimes: la Madre. No es perfecta, porque no se le pidió serlo. Es humana, pero también divina en su entrega, en su amor y en su presencia.
Hoy, al recordarlas, no solo celebramos a quienes nos dieron la vida, sino a quienes nos enseñan, cada día, lo que significa amar sin medida. Que cada abrazo de madre nos recuerde que, tal vez, Dios todavía nos habla… a través de ellas en su presencia y en su recuerdo.
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
“Nadie ve el mundo como es; todos lo vemos según lo que somos” Stephen R. Covey
Cada personalidad es única e irrepetible desde el momento en que nacemos, comenzamos a construir una interpretación muy particular del mundo. Nuestras experiencias, creencias, paradigmas valores, carácter y heridas moldean la forma en que percibimos la realidad, de tal manera que en esencia no vemos a las personas ni a los hechos tal y como son, sino a través del lente de nuestras expectativas, miedos y deseos. Un mismo hecho puede ser vivido de maneras completamente diferentes por dos personas o mas personas. ¿Por qué? La razón radica en que no reaccionamos ante lo que sucede, sino ante la interpretación que hacemos de de lo que nos pasa.
¿Cuántas veces hemos sentido que alguien fue “injusto” contigo, solo para descubrir después que quizás no había tal intención? ¿O tal vez te hemos admirando en otros(as) cualidades que secretamente anhelas desarrollar en ti mismo(a)?
Una de las máximas de algunas filosofías orientales radica en el concepto de que “Nuestro mundo exterior es una proyección de nuestro mundo interior”. Aceptar esta realidad puede ser profundamente liberador. Ya que deja de ser necesario cambiar a otros o controlar el entorno para sentirnos en paz. El verdadero trabajo comienza en nosotros mismos. Cada emoción que surge, cada juicio que emitimos, cada admiración que sentimos es una señal y a la vez un llamado al autoconocimiento.
Cuando alguien nos irrita profundamente, ¿qué parte de nosotros está reaccionando? Cuando alguien nos inspira, ¿qué sueño olvidado nos está recordando? La vida, entonces, se transforma en un espacio continuo de aprendizaje y crecimiento.
Reconocernos en los demás no significa justificar acciones dañinas ni perder nuestra capacidad crítica, sino desarrollar una mirada más compasiva, tanto hacia los demás como hacia nosotros mismos.
Si quieres cambiar tu mundo, empieza por preguntarte ¿Por qué reaccionas de una determinada manera ante una situación especifica? o ¿Por qué piensas lo que piensas? Las siguientes preguntas pueden guiarte en tu reflexión
• ¿Desde qué emociones y creencias estoy mirando esta situación?
• ¿Qué historias internas me están coloreando esta experiencia?
• ¿Qué me está mostrando esto de mí mismo que aún no he sanado o fortalecido?
El trabajo interior, aunque desafiante, es infinitamente más poderoso que cualquier intento de cambiar el exterior. Al limpiar nuestros propios lentes, cultivando la empatía, el autoconocimiento y la humildad, empezamos a ver la vida con nuevos ojos: menos duros, más comprensivos y auténticos.
Hoy te invito a preguntarte: ¿qué parte de ti se refleja en lo que ves a tu alrededor? La próxima vez que te enfrentes a una situación desafiante o a una emoción intensa, haz una pausa y mira adentro antes de reaccionar. Recuerda: no vemos las cosas como son, sino de acuerdo al significado que les hemos dado. En esa comprensión radica uno de los secretos más profundos de la transformación personal.
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
“Dentro de nuestra limitada percepción, hemos hecho a Dios a nuestra imagen y semejanza.”
Para intentar comprender el concepto de Dios, debemos partir de un acto de sincera humildad: reconocer los límites de nuestro pensamiento humano. Nuestra lógica y nuestro razonamiento jamás podrán abarcar ni comprender plenamente a DIOS. Solo podemos aproximarnos ligeramente y obtener pequeñas nociones. Esto es fundamental, porque nunca tendremos verdades absolutas sobre este misterio; únicamente vislumbres.
Esto me recuerda una enseñanza del Maestro: “Buscar entender a Dios con el intelecto es como querer meter el océano en una cubeta: solo podrás verter una mínima cantidad de agua, la cual tomará la forma del recipiente que la contenga; sin embargo, esa agua no es el océano, ni tiene la forma del océano, y aun así, esa agua viene del océano y forma parte de él.”
Este acto de sincera humildad no es cómodo para nuestro razonamiento, no le gusta a nuestro ego, que cree tener el control de la vida y las circunstancias. La búsqueda de Dios ha perdido su atractivo en una sociedad inundada por el culto a la personalidad, la posesión y el poder. En un mundo donde el “yo” se ha convertido en protagonista absoluto, corremos el riesgo de alimentar un ego que ya no busca sentido, sino validación. Las redes sociales, la cultura del consumo, la obsesión por la imagen y el éxito individual refuerzan esta dinámica. Nos enseñan, muchas veces sin decirlo, que nuestro valor depende de cuántos nos ven, nos admiran, nos siguen.
Y cuando el ego ocupa el trono, el alma se queda sin altar. No porque esté mal querernos o reconocernos, sino porque olvidamos algo más grande: la comunidad, el misterio, el silencio, aquello que no se puede controlar ni monetizar.
Dios no es algo que esté fuera ni lejos de ti… sin embargo, solo mostrará la forma que tu conciencia quiera darle y tendrás solo la “verdad” que estás preparado para recibir.
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Con el gusto de volver a contactar contigo, continuamos hoy con la segunda entrega de esta trilogía de publicaciones. Después de haber reflexionado sobre el amor, en esta ocasión nos detenemos ante otra palabra esencial, muchas veces olvidada o malinterpretada: la Paz.
Pero, ¿qué es realmente la Paz?
El Diccionario de la Real Academia Española la describe como la ausencia de conflictos entre países o personas, como armonía o estado de quietud. Y aunque estas definiciones no son incorrectas, apenas rozan la superficie de un concepto mucho más amplio, más profundo… más humano.
Para muchos, la Paz parece un ideal lejano, un estado reservado para personas mayores, filósofos retirados o religiosos contemplativos. Incluso puede parecer aburrida, como si vivir en paz implicara dejar de sentir pasión o dejar de involucrarse con el mundo.
Pero esa es una gran confusión.
La Paz no es ausencia de conflicto, es presencia de conciencia. La Paz verdadera no es una evasión ni una comodidad estéril, es una fuerza serena, una lucidez que abraza, una certeza silenciosa. No se trata de que todo afuera esté en calma, sino de que uno haya encontrado un centro estable desde donde vivir. Y es que, cuando perdemos ese centro, reemplazamos la paz por la intriga. La intriga es el ruido del ego, la constante sospecha, la necesidad de defendernos, de controlar, de aparentar. Es la mente inquieta que no encuentra descanso porque ha perdido el contacto con el alma. La paz no nace del privilegio, sino de la comprensión.
Vivimos tiempos de hiperconexión y de sobreinformación, pero también de profunda desconexión con lo esencial. Cambiamos la introspección por la opinión, la contemplación por el entretenimiento constante. Nos dejamos arrastrar por la intriga del día a día: lo que el otro dijo, lo que no respondió, lo que podríamos perder, lo que aún no conseguimos, y sin darnos cuenta, le entregamos nuestra paz a nuestros miedos y expectativas. Dejamos que nuestra tranquilidad dependa del humor de otros, de los resultados, del reconocimiento, de la validación ajena.
Pero la paz verdadera no se encuentra afuera, se revela adentro.
Y no, no es una utopía, ni un cliché
Basta mirar la historia de la humanidad: desde tiempos antiguos, la paz ha sido un anhelo profundo del ser humano. La hemos invocado de múltiples formas: “Que la paz esté contigo”, “Ve en paz”, “En paz descanse”. Frases comunes, sí, pero cargadas de una aspiración espiritual: la búsqueda de una armonía que trasciende el conflicto, una reconciliación con la vida, con la muerte, con el otro, con nosotros mismos.
Te dejo unas preguntas para reflexionar
Con afecto
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Hoy quiero compartir contigo una conclusión a la que he llegado en este punto de mi vida. Planteamiento que aclaro, es limitado y generalizado sobre la forma en que como sociedad, estamos dando sentido a nuestra existencia, tomando en cuenta no solamente los discursos y narrativas vigentes, sino también los mecanismos que estructuran y moldean silenciosa pero efectivamente nuestro pensamiento y comportamiento social:
“Hemos cambiado el amor por el deseo, la paz por la intriga y a Dios por el ego.”
Reflexionar sobre los conceptos de Amor, Paz y Dios es complejo y nos llevaríamos muchas lineas, por lo que en esta publicación nos referiremos únicamente al amor y al deseo.
El amor es uno de los conceptos más hermosos, complejos y exigentes. Numerosos pensadores y filósofos han escrito sobre él, como Platón, Aristóteles, San Agustín, Spinoza, Kant, Nietzsche, Kierkegaard, Erich Fromm, Madre Teresa de Calcuta, Caroline Myss, entre otros. Aunque presentan diferencias en sus concepciones, desde mi perspectiva coinciden en cinco principios esenciales:
El primero es que el amor es una fuerza que trasciende todo razonamiento consciente, y de ella emergen la creatividad, el arte y la inspiración.
El segundo principio es que el amor es una decisión consciente. No debe confundirse el concepto de amor con el enamoramiento, ya que este último abarca únicamente una parte emocional del amor en pareja. Por tanto, al ser una decisión consciente, parte de un principio de voluntad libre, donde se busca el beneficio o la conexión con el Ser u objeto amado. Desde esta perspectiva, no se condiciona el acto de amar a un intercambio de beneficios.
Un tercer aspecto relevante sobre el amor es que conlleva la aceptación del objeto amado tal y como es. Por el contrario, si se pretende o condiciona el amor al cambio, entonces no se ama realmente al sujeto del supuesto amor, sino a una proyección ideal que se quiere imponer sobre el otro.
El cuarto principio sostiene que el amor requiere tiempo, tanto para su construcción como para su evolución. Se necesita tiempo para aceptar la totalidad del ser amado (tanto aspectos positivos como negativos) y decidir ejercer el acto de amar. Asimismo, el amor evoluciona al experimentar esa fuerza, lo que nos lleva al quinto principio: la trascendencia e influencia en las tres naturalezas del ser humano (física, racional y espiritual). Diversos estudios han demostrado la influencia positiva que tiene en nuestro cuerpo y m
Hoy en día, la sociedad no reconoce el ejercicio de esta concepción profunda del amor por una razón sencilla: no vende, no es económicamente rentable. El amor es un acto libre, sin ataduras ni intereses, salvo el propio acto de amar. En cambio, la misma sociedad ha disfrazado el deseo de amor, ya que el deseo, al ser un condicionamiento mental, resulta económicamente muy rentable. El deseo solo reconoce el placer en su logro, no en el proceso. El deseo siempre busca reciprocidad y no se elige conscientemente; más bien se impone desde nuestra construcción social. Bajo esta visión, somos seres encadenados a deseos culturalmente impuestos, dedicando nuestra existencia a satisfacerlos para obtener breves momentos de placer.
-¿Sois libres? -Preguntaba el Maestro- si es así, entonces, despojate de todos tus deseos y sigueme…
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Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre
Cierto día, le preguntaron al Maestro: —Maestro, ¿cómo podemos entender a Dios? El Maestro sonrió y, en vez de dar una definición, contó la ...