sábado, 24 de mayo de 2025

La identidad perdida

Con gusto te saludarte y agradecer la oportunidad de volvernos a encontrar. Hoy quiero compartir contigo una reflexión que me ronda el alma desde hace tiempo.

No es secreto para nadie que vivimos en la era de la inmediatez, la validación constante y las apariencias. En este mundo, la verdad incómoda ha sido poco a poco desplazada por la mentira fácil, esa que mucha veces  se disfraza de consuelo, que evita el conflicto y nos ofrece una falsa sensación de seguridad. Pero, te has preguntado ¿qué precio estamos pagando por esta comodidad? ¿En qué momento dejamos de ser dueños de nuestro pensamiento? ¿Cuándo empezamos a repetir sin cuestionar y a conformarnos con la superficie?

La esencia humana, esa chispa única  de conciencia, de moral y autorreflexión  parece apagarse poco a poco. Hemos dejado cuestionar la percepción que tenemos de la realidad  empezando por nuestros propios pensamientos y paradigmas,¿Por qué pienso lo que pienso?  ¿Por qué veo este hecho desde este punto de vista? ¿Tengo razón o solo busco validar mis creencias?. Hemos normalizado  a adoptar creencias prefabricadas, heredadas o impuestas como propias, debido a que construir una visión personal requiere tiempo, esfuerzo, recursos, incomodidad y valentía. Al hacerlo, nos hemos alejado de nuestra capacidad de vivir con autenticidad.

Y no, esto no es casualidad las redes sociales, los discursos dominantes, los algoritmos que nos muestran siempre lo mismo y un sistema educativo cada vez más politizado nos empujan hacia un pensamiento predecible, cómodo y  polarizado. Aunque en apariencia abunda la diversidad de opiniones, muchas de estas ideas responden a los mismos intereses y provienen de las mismas fuentes. El pensamiento crítico verdadero, ese que desafía, transforma y a veces incomoda, parece cada vez más escaso.

Entonces, ¿qué hemos ganado? acaso ¿comodidad?, ¿paz? ¿prosperidad?, ¿aceptación social?; sin embargo nos hemos perdido en el camino. Hemos olvidado la Bendita oportunidad de ser nosotros mismos, bien lo decía el Ralph Waldo Emerson "Ser uno mismo en un mundo que no quiere que lo seas, es el mayor de los logros". Recuperar el pensamiento propio no es tarea sencilla, requiere de atención, silencio,  introspección, y  confrontación; pero sobre  todo  exige coraje para afrontar todo lo que implica el pensar diferente, para  buscar cercanos a esa utopia humana llamada  "coherencia".

Buscar recuperar nuestra autenticidad es un acto profundamente espiritual, ya que para hacerlo necesitamos   reconectarnos con nuestra voz interior, con la intuición que sabe sin necesidad de demostrar nada, y la vez es necesario  desconectarnos del ruido externo para volver a nuestro centro, es decir a nuestra esencial. 

En estos tiempos, necesitamos recordar que no estamos aquí para complacer ni para encajar, sino para crecer, para aprender, para vivir  y para lograr Ser; y  aunque la verdad incomode, aunque duela y nos sacuda, también libera. Y sólo cuando nos atrevemos a mirar más allá de lo popular y lo fácil, podemos reencontrarnos con lo correcto, lo auténtico, lo profundamente humano.

Hoy quiero invitarte a hacer una pausa. A desconectarte del ruido y a escucharte en silencio. Pregúntate: ¿Qué ideas repito sin haberlas pensado? ¿Qué verdades he ocultado por miedo? ¿Cuántas veces he preferido la comodidad sobre la verdad? ¿Dónde está mi esencia y qué necesito hacer para recuperarla?

El mundo no necesita más copias, necesita almas despiertas. Porque cuando una persona despierta, inspira a muchas más. Y quizás, solo quizás, ahí comience el verdadero cambio.


Con afecto 

 

Servir para Trascender

Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre

 

jueves, 15 de mayo de 2025

Maestros(as) en tiempos de ruido: un homenaje al arte de educar

Educar, en el contexto contemporáneo, trasciende la mera transmisión de contenidos. Es una práctica ética, política y profundamente humana. Significa sostener el sentido, la escucha y el vínculo en una época que corre a toda velocidad, marcada por la inmediatez, la fragmentación y la tecnificación de casi todo lo que nos rodea. Enseñar no es solo explicar, es acompañar,  sembrar presencia y  cultivar esperanza.


Estamos inmersos en lo que algunos llaman "la tercera explosión del conocimiento". Donde  hay datos por todos lados, plataformas, algoritmos y pantallas. Y sin embargo, también hay vacio existencial, aislamiento emocional, desconexión profunda. En medio de ese ruido, el(la) Maestro(a) aparece como un puente: entre el saber y el Ser, como quien recuerda que aprender es una experiencia que necesita tiempo, paciencia, Amor y Valentía.


Educar, en los tiempos actuales implica  acompañar desde la humanidad,  significa ver al estudiante como una historia en construcción; ver  más allá del cuaderno, del informe, del examen. Es atender los gestos, los silencios, las preguntas que aún no se atreven a formularse. Sí,  educar también puede ser una forma de espiritualidad no porque hable de religiones, sino porque toca el alma. Porque es una forma de cuidado profundo, de vínculo real. En un mundo que privilegia lo rápido, lo útil, lo productivo, enseñar con conciencia es un gesto casi revolucionario. Es resistir desde la ternura, desde la coherencia, desde la intención.


Cada clase es un acto de fe en el otro, un acto de confianza, una apuesta silenciosa por lo que todavía no es, pero podría llegar a ser. Enseñar es  sanar;  sanar heridas del sistema, del abandono, de las expectativas frustradas. Es atreverse a mirar con amor incluso cuando hay cansancio. 


 Educar es  abrazar la incertidumbre, saber que no hay recetas, que no todo se puede planear, que muchas veces lo importante ocurre fuera del cronograma, en una pregunta inesperada, en la conversación al final de la clase,  es abrir grietas  en un sistema que muchas veces aplasta. Es habilitar la pregunta cuando todo quiere imponer respuestas. Es confiar en el proceso cuando se exige inmediatez. Es acompañar sin perderse. Enseñar sin dejar de aprender.


Gracias por acompañar procesos. Por poner cuerpo, voz y alma. Por hacer del aula un refugio, un laboratorio, una trinchera y una casa. Gracias por hacer visibles a quienes otros olvidan. Por apostar a lo posible incluso cuando todo parece imposible. 


Feliz día, Maestros(as). Que su luz siga irradiando, incluso cuando parezca que nadie la ve. Que su fuego interior no se apague. Que el sentido de esta tarea tan noble los abrace y los sostenga.


"Enseñar, al final, es sembrar humanidad. Y esa, quizá, sea la más hermosa de todas las revoluciones"

 



Con afecto 

 

Servir para Trascender

Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre


viernes, 9 de mayo de 2025

Y Dios creó a la Madre: la encarnación del Amor Divino

  

Hay historias que no están escritas en los libros, sino en el susurro de lo eterno. Cuenta el Maestro que, en un momento sagrado del tiempo, cuando el mundo aún buscaba comprender el verdadero significado del Amor, Dios quiso ofrecer una imagen viva de su esencia más pura. Así fue como nació la Madre.


En su infinita sabiduría, Dios moldeó un cuerpo único. No era un cuerpo cualquiera, sino un santuario sagrado donde la vida tendría su génesis. Una semilla, apenas un suspiro, hallaría en ella la tierra fértil para crecer, latir, y florecer. Hizo de su vientre un universo 


Pero no era suficiente con crear vida. Dios deseaba algo más profundo: un amor que no pidiera nada a cambio, que supiera esperar, que abrazara incluso en el dolor. Entonces, la bendijo con un amor desinteresado, tan inmenso que sería capaz de sanar con una caricia, de iluminar con una palabra, de sostener con solo estar.


Le concedió una inteligencia aguda, pero también un misterioso sexto sentido. Un don sutil para percibir las angustias que no se dicen, para anticiparse a las lágrimas antes de que caigan. Las madres, dijo Dios, sabrán ver con los ojos del alma.


Sabía que proteger la vida sería tarea ardua. Por eso la dotó de una valentía feroz, de una fuerza implacable, de una energía que no conoce límites cuando se trata de cuidar a los suyos. Las madres —pensó— moverán mares, cruzarán tormentas y levantarán montañas por amor.


Finalmente, le encomendó la misión más delicada: ser el pilar cuando todo tiembla. Ser el consuelo cuando hay miedo. Ser la voz serena en medio del caos. Dios sabía que, en los días oscuros, los hijos volverían a su abrazo buscando refugio, y ella siempre estaría ahí: firme, presente, incansable.

 

Y así, en ese acto sagrado de creación, Dios regaló al mundo una de sus obras más sublimes: la Madre. No es perfecta, porque no se le pidió serlo. Es humana, pero también divina en su entrega, en su amor y en su presencia.

Hoy, al recordarlas, no solo celebramos a quienes nos dieron la vida, sino a quienes nos enseñan, cada día, lo que significa amar sin medida. Que cada abrazo de madre nos recuerde que, tal vez, Dios todavía nos habla… a través de ellas en su presencia y en su recuerdo. 


Con afecto 

 

Servir para Trascender

Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre


La Sagrada Curiosidad

  —¿Qué es más importante: la pregunta o la respuesta? —preguntó el Maestro con voz profunda y seria. Nadie respondió. Entonces el Maestro p...