viernes, 22 de noviembre de 2024

Einstein y Mozart

 Hace algunos días me encontraba meditando sobre el misterio que envuelve a la genialidad; en mi pensamiento brotaban preguntas sin respuesta... ¿Cómo podríamos definir la genialidad? ¿Es algo que se puede aprender? ¿Es un talento innato? ¿Cómo funciona el cerebro de un genio? ¿Qué características tiene un genio? ¿De dónde viene el conocimiento del genio? y si bien es cierto que algunas pistas sobre las respuestas a estas preguntas nos las ofrece Robert Greene en su libro "Maestría"; siempre quedan mas preguntas que respuestas.

Sin embargo esta semana llegó a mis manos  un ensayo publicado en The New York Times titulado "A Genius Finds Inspiration in the Music of Another", escrito por Arthur I. Miller y publicado el 31 de enero de 2006. El cual muestra rasgos muy específicos del misterio de  genialidad tomando de referencia la  relación entre dos genios, Einstein y Mozart  que, aunque parecen distantes en tiempo, cultura y espacio, poseen una conexión muy estrecha.


A continuación te comparto el ensayo.


Einstein dijo una vez que, mientras Beethoven creaba su música, la de Mozart “era tan pura que parecía haber estado siempre presente en el universo, esperando ser descubierta por el maestro”. Einstein creía algo similar sobre la física: que más allá de las observaciones y teorías existía la música de las esferas, que, según él, revelaba una “armonía preestablecida” con simetrías deslumbrantes. Las leyes de la naturaleza, como las de la teoría de la relatividad, estaban esperando ser extraídas del cosmos por alguien con un oído sensible.

Por ello, Einstein atribuía sus teorías menos a cálculos laboriosos y más a un “pensamiento puro”. Einstein estaba fascinado por Mozart y sentía una afinidad entre sus procesos creativos, así como entre sus historias.De niño, Einstein tuvo dificultades en la escuela. La música era una vía para expresar sus emociones. A los cinco años comenzó lecciones de violín, pero pronto encontró los ejercicios tan frustrantes que lanzó una silla a su maestro, quien salió corriendo de la casa llorando. A los trece años descubrió las sonatas de Mozart.

El resultado fue una conexión casi mística, dijo Hans Byland, un amigo de Einstein del instituto. “Cuando su violín empezó a cantar”, le contó Byland al biógrafo Carl Seelig, “las paredes de la habitación parecían retroceder; por primera vez, Mozart en toda su pureza apareció ante mí, bañado en una belleza helénica con sus líneas puras, travieso y juguetón, y a la vez inmensamente sublime”.

De 1902 a 1909, Einstein trabajaba seis días a la semana en una oficina de patentes en Suiza y dedicaba su tiempo libre a investigar física, lo que él llamaba su “travieso hobby”. Pero también se alimentaba de la música, en particular de Mozart, que estaba en el núcleo de su vida creativa.Al igual que las excentricidades de Mozart escandalizaban a sus contemporáneos, Einstein llevó una vida notablemente bohemia en su juventud. Su despreocupación por la vestimenta, su melena oscura, junto con su amor por la música y la filosofía, lo hacían parecer más poeta que científico.

Tocaba el violín con pasión y a menudo participaba en veladas musicales. Encantaba al público, especialmente a las mujeres, una de las cuales expresó que “tenía el tipo de belleza masculina que podía causar estragos”.

Einstein también empatizaba con la capacidad de Mozart para seguir componiendo música magnífica incluso en condiciones muy difíciles y empobrecidas. En 1905, el año en que descubrió la relatividad, Einstein vivía en un apartamento reducido, enfrentando un matrimonio complicado y problemas económicos.

Esa primavera escribió cuatro artículos destinados a cambiar el curso de la ciencia y las naciones. Sus ideas sobre el espacio y el tiempo surgieron en parte de un descontento estético. Le parecía que las asimetrías en la física ocultaban bellezas esenciales de la naturaleza; las teorías existentes carecían de la “arquitectura” y la “unidad interna” que encontraba en la música de Bach y Mozart.

En sus luchas con las matemáticas extremadamente complejas que condujeron a la teoría general de la relatividad en 1915, Einstein a menudo buscaba inspiración en la belleza simple de la música de Mozart.

“Siempre que sentía que había llegado a un callejón sin salida o a una situación difícil en su trabajo, encontraba refugio en la música”, recordó su hijo mayor, Hans Albert. “Eso usualmente resolvía todas sus dificultades”.

Al final, Einstein sentía que en su propio campo había logrado, como Mozart, desentrañar la complejidad del universo.

Los científicos a menudo describen la relatividad general como la teoría más hermosa jamás formulada. El mismo Einstein siempre enfatizó la belleza de esta teoría. “Difícilmente alguien que la haya comprendido verdaderamente podrá escapar al encanto de esta teoría”, dijo una vez.

La teoría es esencialmente la visión de un hombre sobre cómo debería ser el universo. Y, sorprendentemente, el universo resultó ser bastante similar a como Einstein lo imaginó. Sus intimidantes matemáticas revelaron fenómenos espectaculares e inesperados, como los agujeros negros.

Aunque Mozart fue un gigante del Clasicismo, ayudó a sentar las bases para el Romanticismo, con sus estructuras menos precisas. De manera similar, las teorías de la relatividad de Einstein completaron la era de la física clásica y allanaron el camino para la física atómica y sus ambigüedades. Al igual que la música de Mozart, la obra de Einstein es un punto de inflexión.

En un concierto en 1979 para el centenario del nacimiento de Einstein, el Cuarteto Juilliard recordó haber tocado para él en su casa en Princeton, Nueva Jersey. Habían llevado cuartetos de Beethoven y Bartók, y dos quintetos de Mozart, según el primer violinista, Robert Mann, cuyas palabras fueron registradas por el estudioso Harry Woolf.

Después de tocar el Bartók, Mann se dirigió a
Einstein: “Nos daría mucha alegría”, dijo, “hacer música con usted”. En 1952, Einstein ya no tenía violín, pero los músicos habían llevado uno extra. Einstein eligió el melancólico quinteto en sol menor de Mozart.

“El Dr. Einstein apenas miraba las notas de la partitura”, recordó Mann, agregando: “Aunque sus manos, fuera de práctica, eran frágiles, su coordinación, sentido del tono y concentración eran impresionantes”.

Parecía extraer las melodías de Mozart del aire.


Referencia:

ENSAYO: "A Genius Finds Inspiration in the Music of Another", escrito por Arthur I. Miller y publicado el 31 de enero de 2006 en el New York Times.



Con afecto y cariño 

Servir para Trascender
Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre

sábado, 9 de noviembre de 2024

El Vacío Existencial: La Epidemia Silenciosa de Nuestro Tiempo





 

En los últimos años, la forma en que vivimos ha cambiado de manera vertiginosa. La manera en que concebimos e interactuamos en sociedad es muy diferente a la de hace apenas 10 o 15 años. Sin duda, el desarrollo de las tecnologías, las redes sociales y, recientemente, la inteligencia artificial, han contribuido significativamente a que estos cambios sucedan cada vez con mayor rapidez.

 

Estos cambios, en teoría, deberían mejorar nuestra calidad de vida. Sin embargo, hemos visto surgir un fenómeno preocupante: el vacío existencial. Este vacío es una epidemia silenciosa que se está convirtiendo en uno de los grandes malestares de nuestra época. Las cifras crecientes de enfermedades mentales, depresión y suicidio son solo la punta del iceberg de una realidad que, aunque incómoda, no podemos seguir ignorando.

 

En México, las estadísticas publicadas por el INEGI en 2023 nos muestran un panorama desalentador: las muertes por suicidio han aumentado considerablemente en los últimos años. Entre 2017 y 2022, la tasa de suicidios pasó de 5.3 a 6.3 por cada 100,000 habitantes. Este incremento coincide con la pandemia, un período en el que nos vimos obligados a aislarnos y a enfrentar pérdidas y cambios profundos, tanto personales como sociales.

 

Uno de los datos más inquietantes es que, aunque las mujeres reportan niveles más altos de depresión, la tasa de suicidio es mucho mayor entre los hombres. Especialmente entre los 25 y 29 años, los hombres recurren al suicidio como una salida a una realidad que les resulta insostenible. Esto plantea una pregunta urgente: ¿por qué tantos de nuestros jóvenes no encuentran una razón suficiente para seguir viviendo?

 

El vacío existencial se manifiesta como la incapacidad de encontrar un sentido a la vida. En una sociedad que promueve el éxito material, la fama y la apariencia como los valores más importantes, muchos jóvenes crecen creyendo que su valía depende de cuánto tienen, cuántos seguidores acumulan o qué tan perfecta parece su vida ante los demás. Vivimos en una constante sobreestimulación de la imagen y del ego, un "mírame y escúchame" que deja poco espacio para el desarrollo de una identidad profunda y genuina.

 

El doctor Dewey afirmó que el impulso más profundo del Ser humano es el deseo de sentirse importante. Todos queremos pertenecer, ser parte de algo significativo. Sin embargo, la aprobación que antes encontrábamos en la familia o en pequeñas comunidades ahora se ha trasladado a las redes sociales, donde la validación se mide en "me gusta" y comentarios efímeros. El problema surge cuando esa aprobación no llega o no es suficiente, y entonces muchos se sienten perdidos, sin sentido, sin razón de ser.

 

Ante esta crisis, la educación tiene un rol crucial. Tradicionalmente, la escuela nos ha enseñado conocimientos y habilidades para desenvolvernos en la sociedad. Pero hoy, eso no es suficiente. Necesitamos una educación que también ayude a nuestros niños y jóvenes a conocerse a sí mismos, a encontrar un significado propio que vaya más allá de lo material. Nadie puede enseñar a otro sobre su interior; sin embargo, podemos abrir puertas y ofrecer herramientas que permitan a cada quien explorar su propio camino, por ello es importante reconocer que somos seres multidimensionales: tenemos una dimensión física, que está sometida a las leyes de la biología; una dimensión del pensamiento, donde nuestra mente siempre busca respuestas y significado; y una dimensión emocional, que nos impulsa a buscar pertenencia y reconocimiento. Cuando no ayudamos a nuestros jóvenes a encontrar un sentido para su existencia, corremos el riesgo de que se sientan vacíos, perdidos, deprimidos  y, en el peor de los casos, que decidan que no vale la pena seguir adelante.

 

Es momento de reflexionar los mensajes que como sociedad transmitimos y sobre cómo podemos contribuir a crear una cultura que valore el Ser por encima de la posición de bienes, poder y estatus. Debemos fomentar una búsqueda genuina de sentido existencial, un acompañamiento empático y una aceptación incondicional de quienes nos rodean. Solo así podremos empezar a llenar esos vacíos existenciales y construir una sociedad más consciente y feliz.

 

Te invito a reflexionar sobre el vacío existencial. Tal vez tú, o alguien cercano, lo haya experimentado. Ser empáticos y apoyar desde la comprensión puede ser un primer paso hacia una solución que todos necesitamos.

 

Si este tema te ha interesado, te invito a seguir el Blog y las redes sociales de Infinitologos, donde encontrarás reflexiones y recursos que estoy seguro ayudarán a tu desarrollo personal. Además, mi libro "Semillas de Sabiduría" está disponible para aquellos que deseen continuar este viaje de autodescubrimiento.

 

Con afecto y cariño 

Servir para Trascender
Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre


“Hemos cambiado el amor por el deseo, la paz por la intriga y a Dios por el ego.” Parte II

"El Maestro Sonríe, por la Paz que vive en Él, su experiencia le permite ver más allá de la apariencia engañosa, la palabra hueca o la ...