viernes, 3 de octubre de 2025

La niña y la luna


Cierto día, le preguntaron al Maestro:

—Maestro, ¿cómo podemos entender a Dios?

El Maestro sonrió y, en vez de dar una definición, contó la siguiente  historia:

Después de una acalorada discusión, un padre notó que su hija estaba en el patio, en silencio, mirando al cielo. Se acercó con cuidado y preguntó:
—¿Qué miras?
—La luna —respondió ella.
—¿Te gusta mirarla?
—Me tranquiliza. Siento que la luna me escucha; siempre está ahí. A diferencia del sol, la luna no me lastima los ojos si la miro fijamente, no me quema la piel si me quedo con ella.

El padre guardó un instante de silencio y luego dijo:
—Es hermosa… pero si no existiera el sol, no podrías ver la luna. Quizá ni siquiera sabrías que está ahí. La luz de la luna es, en realidad, la luz del sol reflejada en su superficie. Sin el sol, la luna sería sombra. Con el sol, la luna se vuelve compañía.

Hizo una pausa y añadió:
—Eso mismo pasa con todo lo que vemos: los colores, las formas, la vida… todo es posible por la luz. Sin sol no habría verde ni azul, ni calor, ni crecimiento. Y con la divinidad ocurre algo parecido: tú eres un reflejo de su Luz. Sin esa Fuente, no existirían las realidades físicas, ni los pensamientos, ni lo espiritual. Lo que contemplamos cada día —lo bello, lo verdadero, lo que nos sostiene— son destellos de una claridad mayor.

El Maestro volvió a sonreír y concluyó:
—Entender a Dios desde esta realidad, se parece mucho a esa niña que mira la luz que refleja la luna, aprendamos a reconocer la divinidad por medio de su  reflejo.

Algunas realidades son demasiado intensas para mirarlas directamente, nadie puede sostenerle la vista al sol; en cambio, la luna nos muestra un brillo amable que no lastima y que podemos contemplar con serenidad. Eso es mediación. Con lo divino pasa algo similar: muchas veces se deja conocer mejor por medio de sus reflejos, es decir, en sus mediaciones: en el ejercicio de la bondad, en la belleza de un atardecer, en el milagro de la vida, en una sonrisa, en una mirada, en un perdón que descansa el alma. Cada uno de estos gestos y experiencias es como un fragmento de luz que nos recuerda la existencia de una Fuente mayor. Quizá no podamos mirar de frente a la divinidad, pero sí podemos aprender a reconocerla en lo cotidiano, en esos destellos que nos acarician y nos invitan a descubrir, poco a poco, la claridad que sostiene toda la existencia...



Con afecto 

 

Servir para Trascender

Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre

 

 


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